-¡No!
¡No! -exclamó el joven incorporándose
colérico en su sitial;- no quiero
nada... es decir, sí quiero... quiero
que me dejéis solo... Cantigas...
mujeres... glorias... felicidad... mentiras
todo, fantasmas vanos que formamos en nuestra
imaginación y vestimos a nuestro
antojo, y los amamos y corremos tras ellos,
¿para qué?, ¿para qué?,
para encontrar un rayo de luna.
Manrique estaba loco: por lo menos, todo
el mundo lo creía así. A mí,
por el contrario, se me figuraba que lo
que había hecho era recuperar el
juicio.
“Nein! Nein!”, rief der junge
Mann aus, während er sich auf seinem
Schemel aufrichtete, „ich will nichts...
das heißt, doch ich will... ich will, dass
ihr mich allein lässt... Lieder... Frauen...
Ruhm... Glücklichkeit... alles Lügen,
hohle Hirngespinste, die wir in unserer Vorstellung
kreieren nach unserem Gutdünken ausmalen,
und wir lieben sie und rennen hinter ihnen
her, wofür?, wofür?, um einen Mondstrahl
zu finden.“
Manrique war verrückt; wenigstens glaubte
das die ganze Welt. Im Gegenteil, ich glaubte,
dass er wieder zur Vernunft gekommen war..